El ariete que me ocupa
le da saber al diablo
confiere la paz al pobre
y desposee al amo.
Es un ingenio terrible
y eficaz en sumo grado
(hasta el momento presente
que yo sepa no ha fallado).
Insisto, es infalible,
fiero, atroz, torvo y odiado
tremebundo y tan temible
que al cruel tiene aterrado
pero es justo, y precioso,
ecuánime y apropiado.
Quizá por mor de costumbre
pues es harto inveterado,
no sabríamos qué hacer
huérfanos de su dictado.
Para unos ritmo que exhorta
otros ni se creen rozados,
pero lo cierto es que todos
dependen de su mandato.
Pues equipara y ordena
ejecuta y va obsequiando
al malvado, al virtuoso,
al musulmán y al cristiano.
No sería igual Homero
sin pasar por sus dominios,
hitos de Alejandro Magno
quedarían reducidos,
¿no veríamos al César
un héroe algo más chico?
¿No sería Almanzor
un paisano enardecido?
Este ariete desde siempre
desarbola los motivos,
derriba las intenciones
y apaga todos los bríos.
Es un ariete que quiebra,
que derriba edificios,
es tirano con tiranos
y amable con desvalidos.
Abate los rascacielos,
destapa los escondrijos
aclara los pensamientos
desvela los acertijos.
La más bonita semblanza
el más adorable lienzo
los convierte en una chanza
tal es su retorcimiento.
Siento envidia y no muy sana,
por quienes van tan contentos
sin las coplas de Manrique
clavadas en el cerebro.
Mata al hombre que nacía
no ha mucho, y es un lamento
desmantela, bate, allana
hunde al monte, frena al viento.
Y culmina los poemas
este ariete, que es el tiempo.