La terrible paradoja
nos vigila desde el cielo:
necesitamos su amor
y la vida nos va en ello.
Pero cuando se pone agresivo
nos la arrebata y creo
que a veces se regodea
el desalmado dios Helios.
Evidencia que los campos
mueren por ser su aliento
cruel, malvado, violento,
más brioso que un jamelgo.
Pero si no está tórnanse
al punto perecederos.
Especialmente los peces
batracios y algún insecto
huyen de él pues bien saben
que no es un peligro huero
Pero dejadme que os diga
que sin ser dellos modelo
me tengo por penitente
a su altura por lo menos.
Qué decir de los quemazos
que no abandonan mi cuello,
cómo perdonar el rojo
instalado en mi pellejo.
Qué añadir que no estemos
los lechosos padeciendo.
No me importa que la nieve
me golpee en el invierno
que la lluvia moja es algo
que más o menos comprendo
La villa donde nací
me preparó contra el cierzo
y el granizo me molesta
cuando pienso en el labriego.
Pero ¡ay de mí cuando el rayo
del astro maldito veo!
Infelice toda vez que
en rozándome me quemo.
¿Qué le habré hecho yo a Apolo
que me derrite el seso?
Aunque bien sé que no soy
en este asunto yo el centro.
Los infartos, los sudores,
Los tercos agotamientos,
esa herencia sahariana
que estimula los incendios.
Ese ver cómo el asfalto
otrora duro ahora es tierno
encoleriza al señor
que un mes ha era sereno.
Enmohece los esfuerzos,
desintegra al más entero
aplatana al industrioso
troca en vil al más bueno
Aun hay peores maldades
que provoca el muy perverso,
y es que deja al poetastro
a merced de su gran peso.
Quedándose con la luna
poetas mucho más diestros.